La Real Academia Española, que ya dedicó una sesión especial de recuerdo de Miguel Delibes bajo la presidencia de SS.MM. los Reyes, en la que se leyeron extensos textos de Luis Mateo Díez y de Gregorio Salvador, continúa hoy este homenaje con la honda emoción de poder asistir al nacimiento de la Fundación que lleva su nombre.
Fue Delibes persona esencial, “onme essencial”, y también lo fue como académico. Recordaré siempre sus tarjetones, escritos a máquina, que llegaban con puntualidad a la Real Academia Española. Yo solía escribirle unas palabras cariñosas de nuestro recuerdo en el correo administrativo académico; al último escrito, en el que le manifestaba nuestro deseo de verlo muy pronto, me contestó con su buen humor protestón: “Yo ya no soy más que un trasto viejo”. Don Miguel había ingresado en el día 25 de mayo del año 1975, había sustituido en el sillón académico al almirante Julio Guillén. Como recordaba el escritor: “Se da de esta manera la circunstancia insólita de que un marinero de segunda —que esta es mi graduación militar— suceda a un Almirante…”.
Como muchos profesores, a lo largo de mi vida he tenido que explicar varias veces “La hoja roja” y he podido comprobar cómo los alumnos se emocionaban con Desi en la compañía de don Eloy, seguían con extraordinario interés la lectura de “Cinco horas con Mario” y vivían con pasión las andanzas de Lorenzo, el bedel de instituto. Hace muchos años, comencé a dirigir una tesis sobre los aspectos lingüísticos de la obra de Delibes; se trataba de una monjita encantadora, canaria, muy joven, que me había enviado don Gregorio Salvador. Sigo pensando, como entonces, que el análisis de la lengua de su obra es una de las claves fundamentales en la comprensión de nuestro escritor. La monjita murió en el primer capítulo de la tesis en circunstancias muy penosas y el trabajo quedó inconcluso casi al punto de su inicio. He recordado a mi monjita por lo mucho que simpatizamos en poco tiempo gracias a nuestra común pasión por la lengua de don Miguel. Y este recuerdo me lleva al primer eje de mis palabras en este acto, que es la importancia de los elementos lingüísticos y de su riqueza en la escritura del creador, eje que se combina posteriormente con su sensibilidad ante la Naturaleza y, por último, con su lección de ética personal demostrada en su labor periodística.
Como escribió Julián Marías: “El talento de Delibes ha consistido en mostrar siempre que la vida humana es la vida humana, con su dramatismo, con su libertad oprimida por la presión de las cosas, con sus proyectos, con sus opciones, sus vacilaciones, los amores y los odios, su desconsuelo y su inmarcesible esperanza que siempre vuelve a encenderse.”
Sobre este aspecto ha reconocido Delibes: “Ramón Buckley ha interpretado bien mi obstinada oposición al gregarismo cuando afirma que en mis novelas yo me ocupo del hombre como individuo y busco aquellos rasgos que hacen de cada persona un ser único, irrepetible.”
Recuerdo la primera conversación con el escritor, vivía todavía Ángeles, y al saber que yo era profesor de instituto me reconoció que él tenía en su prosa algunos defectillos: “Mis literaturas, deficitarias en tantos aspectos, no son precisamente admirables por su rigor gramatical y me consta, pongo por caso, que mis laísmos y leísmos son tomados a menudo como ejemplo en algunas universidades”.
Marías ha subrayado que en Delibes “el lenguaje sirve a la vez a la narración y a la presencia inmediata de los personajes, que hablan con “palabras de presente”, en una admirable recreación de la lengua coloquial española en distintos niveles de elocución, en distintos registros, sin monotonía” […]. “Por supuesto, la lengua de Lorenzo, o de los niños de pueblo no es “real” -sigue observando Marías-, por eso es verdadera. No es el resultado de usar un magnetófono. Está “reconstruida”, estilizada, como corresponde al diálogo novelesco o al diario escrito, reducida a los elementos representativos, despojada de la ganga inerte y rutinaria que ocupa la mayor parte de lo que se dice, por eso tiene veracidad artística, frente a la falsa veracidad de la reproducción automática.”
En Delibes el léxico está unido con la realidad y más, con su realidad. Se pregunta el escritor: “¿Cuántos son los vocablos relacionados con la Naturaleza que, ahora mismo, ya han caído en desuso y que, dentro de muy pocos años, no significarán nada para nadie y se transformarán en puras palabras enterradas en los diccionarios e ininteligibles para el “homo tecnologicus”? Me temo que muchas de mis propias palabras, de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, como por ejemplo aricar, agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, alcor, por no citar más que unas cuantas, van a necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuviesen escritas en un idioma arcaico o esotérico, cuando simplemente han tratado de traslucir la vida de la Naturaleza y de los hombres que en ella viven y designar al paisaje, a los animales y a las plantas por sus nombres auténticos. Creo que el mero hecho de que nuestro diccionario omita muchos nombres de pájaros y plantas de uso común entre el pueblo es suficientemente expresivo en este aspecto.” Y es gran verdad la observación léxica de Delibes, tan sensible siempre a estos aspectos. En este grupo aparecen trabajos del campo: aricar, ‘arar muy superficialmente’; escardar, ‘arrancar los cardos’ (que ha generado una acepción metafórica ‘separar lo malo de lo bueno’); celemín, como medida para áridos; elementos del paisaje como el alcor, voz que nos evoca los “grises alcores” machadianos. He dejado para el final de la enumeración la helada negra. Como recuerdo de esta cita de don Miguel prometo que en la próxima edición del Diccionario de la Real Academia Española la ‘helada negra’ como combinación estable acompañará a la ‘helada blanca’, hoy presente en la ‘voz helada’. La combinación helada negra aparece atestiguada en el académico Corpus de Referencia del Español Actual en una cita de La Vanguardia del 22 de marzo de 1994, junto con dos citas más, que acompañarán a la petición de nuestro académico.
El segundo tramo de mis palabras transita por el camino del título de su discurso en la Real Academia Española, “El sentido del progreso desde mi obra”, texto apasionante por su modernidad: “El verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia.” Reconoce como primera trampa la inmolación de la Naturaleza a la Tecnología. “Entonces, mis palabras de esta noche (noche del ingreso en la Real Academia Española el día 25 de mayo de 1975) no son sino la coronación de un largo proceso que viene clamando contra la deshumanización progresiva de la Sociedad y la agresión a la Naturaleza, resultados, ambos, de una misma actitud: […] Pero el hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia.”
Y vamos al último eje de mis palabras, que pretende fijarse en la constante dedicación de Delibes al periodismo. Excelente profesional, trabajó desde 1941 en El Norte de Castilla, compaginando sus colaboraciones con la enseñanza de materias jurídicas; para él, el manual de Joaquín Garrigues de Derecho Mercantil era un modelo de escritura. Aunque, como declaró a César Alonso de los Ríos, él reconocía la importancia del periodismo en su formación: “Me fue muy útil el ejercicio del periodismo provinciano, porque en él tienes que hacer de todo. Solté la pluma. Y, sobre todo, aprendí algo fundamental: decir mucho en poco espacio.” En su discurso del doctorado honoris causa de la Universidad Complutense: “Periodismo y literatura han sido en mi vida dos actividades paralelas que se han enriquecido mutuamente […] En ese tiempo [en su trabajo en El Norte] aprendí tres cosas fundamentales: a redactar, a valorar humanamente la noticia y a facilitar al lector el mayor caudal de información con el menor número de palabras posibles.”
Fue caricaturista y escritor de artículos de lo más variado, como ha recordado José Francisco Sánchez en su “Miguel Delibes, periodista”. Escribió artículos de caza, de pesca, sus pasiones, y también de fútbol, magníficos trabajos de viajes, y también crónicas de cine, otra de sus pasiones. Ocupó cargos de responsabilidad en El Norte, del que llegó a ser director. Fue maestro de grandes escritores, aunque él se ha recordado con toda humildad como “copartícipe… e inductor”. Su ensayo titulado “La censura de prensa en los años cuarenta” tendría que ser de lectura obligatoria en las clases de historia en el Bachillerato.
El recuerdo de todas estas virtudes y méritos de Delibes, como creador, periodista y, sobre todo, modelo de ética personal, me llevan a desear a la Fundación las mejores venturas. Es indudable que las van a necesitar en fines tan laboriosos, entre otros, como recopilar el legado cultural, estudiar y difundir su figura y su obra, apoyar investigaciones y estudios, además de recoger su amplísima bibliografía.
Querida familia Delibes de Castro, ha sido un gran honor poder asistir a este acto en el día del nacimiento de vuestro padre. Podéis contar con toda la ayuda y el impulso de la Real Academia Española porque la labor continua de cuidado y estudio de la obra de don Miguel es tarea encomendada a todos los que nos dedicamos a la lengua y a la literatura españolas y más, si cabe, a nuestra Corporación. Su figura, llena de solidaridad y modelo de ética, es un ejemplo presente para todos los jóvenes.
Muchas gracias.