Altezas Reales, Excmo. Sr. Ministro; Excmo. Sr. Presidente de la Junta de Castilla y León, Sr. Director de la Real Academia de la Lengua, queridos familiares de Miguel Delibes, autoridades y personalidades del mundo de las letras y la literatura, señoras y señores:
Jamás olvidaré la noche del 11 de marzo de 2010.
A eso de las 21 horas, presidía yo la inauguración de un establecimiento comercial en cuya dirección se estrenaba mi propio hijo. El teléfono móvil, lógicamente apagado. Uno de mis escoltas se acerca y me dice: “Alcalde, el presidente de la Junta al teléfono. Es muy urgente”.
Al otro lado de la línea, Juan Vicente Herrera: “Javier, me acaba de llamar Adolfo Delibes: don Miguel se muere. Encárgate de la parte institucional, lo que hagas me parecerá bien”.
Desgraciadamente la noticia era esperada. Y aunque nunca tomamos aquel café que quiso organizar Miguel: “Germán, llamas a Javier y que venga a tomar un café. Hemos de organizar mi funeral y mi entierro. Es tan cabezota como yo y va a querer enterrarme en el Panteón de Personas Ilustres y yo quiero reposar eternamente junto a tu madre”.
Y la temida previsión se hizo realidad en la madrugada del día 12.
Y como él quería y yo también, velamos su cadáver en la Casa Consistorial, celebramos los funerales en la Iglesia Catedral y sus restos fueron depositados en el Panteón de Personas Ilustres, a los que, semanas después y en ceremonia íntima, trasladamos los restos de Ángeles. He de reconocer que la familia me lo puso muy fácil.
Han pasado desde entonces diecinueve intensos meses y puedo asegurarles que la intuición no me fallaba en absoluto; y que, aunque Valladolid, los vallisoletanos y yo mismo hayamos tenido que aprender, por imperativo biológico, a vivir sin don Miguel en la cercanía habitual, hemos asistido en este tiempo a uno de los fenómenos más entrañables y emotivos que puedan concebirse: la asimilación de todo lo delibiano a la propia idiosincrasia vallisoletana y a la de sus titulares –los vallisoletanos–, que hemos interiorizado y hecho nuestra la herencia de Delibes, no sin antes reconocerla como parte esencial de nuestra más pura intrahistoria.
Miguel Delibes ha sido ingrediente fundamental de la historia cultural vallisoletana del siglo XX y su sello personal ha calado muy hondo en el sentir de sus paisanos. Por eso, la protección y la divulgación de su legado literario, a través de la Fundación Miguel Delibes, y, en igual medida, la preservación colectiva o íntima de su memoria, son el mejor homenaje que todos nosotros podemos dispensarle.
Repasando los libros de condolencias que escribieron las miles de personas que acudieron a la capilla ardiente a dar su último adiós a “don Miguel”, encontramos, por supuesto, testimonios de admiración y respeto; pero he de decirles que lo más abundante son los mensajes de gratitud de quienes se sabían y sentían profundamente influidos a título personal, por su obra literaria, por sus personajes, por su lealtad a Castilla y su integridad personal. Al escribir en dichos libros de condolencias, la inmensa mayoría de la gente no dudó en “tutear” a Delibes; y, sin embargo, en la despedida, una y otra vez, se dirigen a él como “don Miguel”.
Sincera cercanía y sincero respeto. Estos fueron y son los sentimientos que Miguel Delibes, hijo predilecto de esta ciudad en la que el mismísimo Cervantes aprendió a leer, despertó en su gente; gente de una tierra a la que él vivió profundamente apegado, permitiendo siempre que sus raíces se hundieran en ella más y más; porque, como él solía decir, fuera de aquí, de su querido Valladolid, las cosas hubiesen sucedido de otro modo…, seguro.
Valladolid celebra sinceramente la creación y la puesta en marcha de la Fundación Miguel Delibes. El Ayuntamiento de Valladolid ha mostrado, desde su constitución, la firme voluntad de alentar y apoyar todo aquello que redunde en la perpetuación de nuestro más ilustre paisano y su huella en el espacio, el tiempo y el espíritu.
Miguel Delibes hizo gala en todo momento de una acendrada vallisoletanía y una gran lealtad a su ciudad natal. Todos pudimos escuchar a Miguel Delibes afirmar con total convencimiento: “Yo he sido, antes que nada, vallisoletano y vecino de esta ciudad […]. La circunstancia de que habló Ortega, siempre ha sido para mí Valladolid. […] Sin este cepellón de tierra bajo mis pies, me hubieran faltado nutrientes y tal vez mi imaginación se hubiera esterilizado”.
Nunca podremos corresponder suficientemente esta desbordada generosidad con la que Miguel Delibes obsequió a Valladolid de pensamiento, palabra y obra, a lo largo de toda su vida. Pero podemos y debemos honrar su memoria y la Fundación Miguel Delibes está llamada a desempeñar un papel decisivo en el cumplimiento de este objetivo.
Ésta es una de esas ocasiones en que es preciso “estar a la altura”. Y estaremos a la altura. Valladolid y los vallisoletanos, con su Ayuntamiento al frente, lo estarán en todo momento.
De corazón deseo larga y provechosa vida a la Fundación Miguel Delibes.
Muchas gracias.