Lorenzo fue primero cazador («Diario de un cazador», 1955), luego emigrante en Chile («Diario de un emigrante, 1958), y ahora, cuarenta años después de sus primeras andanzas, escopeta en ristre por los páramos de Castilla, vuelve a protagonizar una tercera novela, con sesenta años cumplidos y prejubilado de una fábrica de automóviles.
Miguel Delibes siempre había querido hacer de Lorenzo una especie de álter ego literario que fuera practicando los deportes que él practicaba y envejeciendo con él. Sin embargo, requerido por otros temas y personajes, dejó pasar cuatro décadas sin volver sobre el vitalista y deslenguado cazador que, en palabras del propio escritor, era su personaje más optimista. Lorenzo, aquel ser primitivo, de buen corazón y sencillas aspiraciones, además de prejubilarse, a lo largo de este amplio periodo de tiempo se ha dejado arrastrar por la sociedad de consumo, circunstancia que da pie a Delibes para censurar el mundo falso y materialista de nuestro tiempo.