El señor Cayo vive en un pueblo prácticamente en ruinas, en el que sólo viven dos vecinos que ni se hablan, al que un día llegan tres militantes de un partido político a hacer propaganda electoral coincidiendo con la celebración de las primeras elecciones democráticas.
Las categorías del viejo campesino –el señor Cayo–, su reposado hablar, su ancestral sabiduría pegada a la tierra y a la vida contrastan con el lenguaje crudo y vano de los recién llegados, con sus planteamientos provisionales y oportunistas, y ponen en evidencia dos mundos y dos culturas que se ignoran: una que desaparece poco a poco y otra, ruidosa, masificada y tópica, que viene a suplantarla. La novela es una constatación y una sátira de la antítesis entre estas dos concepciones de la vida e incluso de la historia en la que, sin embargo, y una vez más, la melancolía y la ternura de Delibes humanizan la desaparición del mundo simbolizado por el señor Cayo.